19 junio 2010

La pena de morir de Saramago

Ha muerto José Saramago. La literatura ha perdido a otro de los grandes de las letras y la izquierda a una de sus voces emblemáticas. Hace un par de años nos sorprendió a todos al abrir El cuaderno de Saramago, un blog en el que se expresaba más allá de sus artículos en la prensa y los libros. Un año más tarde anunció su cierre para centrarse en la escritura de una nueva obra. "Adiós, por tanto. ¿Hasta otro día? Sinceramente, no creo", se despedía el portugués en la última entrada publicada. Desde entonces, la fundación que lleva su nombre ha continuado manteniendo el blog con fragmentos de entrevistas, artículos y otros escritos del autor. Dejó grandes reflexiones de la actualidad y sus comentarios críticos con Berlusconi provocaron que su libro con fragmentos del blog no se publicaran en Italia.

Para recordarlo me quedo con un fragmento del discurso que pronunció al recoger el Premio Nobel de Literatura:

Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños. Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: «El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir». No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada. Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.
José Saramago.