Hace mucho tiempo que no hablamos. Lo último que nos queda en común es un triste correo electrónico, en el que te escudas bajo ese sobrenombre.
Aún recuerdo todos aquellos momentos que pasamos juntos. Esa amistad construida con el paso de los años que nos deparaba cada día sonrisas, recuerdos inolvidables para los dos. Los dos hemos crecido juntos, hemos aprendido muchísimo el uno del otro y esta amistad forma parte de nuestra historia particular, esa historia que nadie nos puede quitar.
Pero desde el día en qué reconocí mi amor por ella, nuestra relación cambió totalmente. Pasamos de ser mejores amigos a perfectos enemigos. Tanto tú como yo sabemos que, desde ese día, no nos volvemos a mirar igual. Nos comportamos como dos caballeros medievales luchando por el amor de una doncella, con la única diferencia de que en este caso era ella la que decidía el desenlace. Pero no fue el final de la batalla el que acabó con nuestra amistad, ella fue la que, desde el momento en el que apareció, partió con una lanza todo en dos. Nadie tuvo la culpa de lo sucedido. Cuándo aparece el amor no se le pueden poner barreras, es un sentimiento incontrolable que me cautivó y me arrastró como un huracán, anteponiendo el amor a la amistad.
Hoy, mientras ella descansa en mis brazos me he acordado de ti. He recordado todos los buenos momentos que pasamos, pero también he valorado todo lo que he ganado desde aquél día. Y por eso te escribo, porque hoy ya soy capaz de mirarte a la cara y decirte que no me arrepiento de nada de lo pasado. Me gustaría que volviéramos a vernos y habláramos cómo si ella no se hubiese interpuesto en nuestro camino, pero es imposible, tu orgullo te lo impide. Por eso te escribo, porque aunque no vaya a cambiar nada, me gustaría que recordaras que aquí has tenido un amigo.
David Guerrero