No sé si será cierto que Tenerife era la Atlántida, pero si que tengo que reconocer que es un territorio precioso, un paraíso alejado de la Península.
Hace muchos años la habitaban los guanches, una cultura primitiva que me ha llamado mucho la atención. Ahora han sido substituidos por alemanes, ingleses y (en tercer lugar) españoles. Sí, porque en el sur de la isla el español es la tercera lengua. Llamas a un teléfono y te dicen “Good morning”, los restaurantes presentan sus platos en alemán y en inglés y las rubias de todas las edades aparecen por las esquinas.
El norte es otra historia. El turismo es más autóctono y los pueblos se limitan a ser algo más que una continuación de hoteles, apartamentos y segundas residencias. De hecho, el norte es lo que vale la pena de Tenerife; el sur es totalmente prescindible.
La capital, Santa Cruz de Tenerife, no es como una capital europea, pero tiene cierto encanto. Sobre todo en cuánto a parques y jardines, que convierten la ciudad en una encrucijada de paseos bajo los árboles, grandes parques y plazas llenas de diferente vegetación.
Otras poblaciones, como Garachico o La Orotava, se alejan del turismo de sol y playa y se presentan al turista con muchos rincones por descubrir. Perderse por sus calles y pasear bajo los típicos balcones canarios es genial.
Incluso hay pequeños pueblos como Masca, que son de gran belleza. Además, simplemente hacer el camino hasta allí ya vale la pena: unas vistas increíbles.
Y el Teide, por supuesto, la montaña más alta de España, a cuyo pico accedimos previa autorización solicitada por correo electrónico. Una excursión montaña arriba, subiendo previamente con el teleférico y después con nuestro propio esfuerzo a
Y hasta el pie del Teide, todos los sitios hasta ahora mencionados y muchos más, siempre moviéndonos en guagua, los autobuses de allí, con un servicio impecable. Cumplen los horarios de manera rigurosa y la frecuencia de paso no está nada mal. Ya podrían tomar nota Soler y Sauret.
También hay que recordar las playas, playas de arena blanca importada de África, pero sobretodo playas de arena negra volcánica. Y además, con puestas de sol para recordar.
Eso y mucho más (los avistamientos de cetáceos, los baños en playas desiertas, las excursiones sin saber a dónde iríamos a parar... y infinidad de momentos juntos) es para mí Tenerife.
Ahora ya, el verano se ha acabado. Me di cuenta de ello en el mismo momento en el que el avión se preparaba para aterrizar en el aeropuerto de El Prat. Sólo queda recordar todos los buenos momentos y aprovechar el tiempo libre que nos queda durante el año.
Mañana empieza la rutina. De nuevo, un año más.