Decididamente me levanté, me acerqué a ella y como un acto reflejo los dos empezamos a besarnos. Nos besamos lentamente, un beso apasionado pero que a la vez inspiraba calidez y calma. Mis besos se fueron expandiendo por su cuello como un volcán, hasta que de repente ella paró. Me miró a los ojos fijamente y me dijo que temía que nos vieran. Yo le callé con un beso.
Un beso que apagó todos los miedos, esta vez más apasionado, sin límites, cómo si nos fuera la vida en la batalla de nuestras lenguas. Su olor me incitaba a besarla una y otra vez más, un olor fresco que me atrapaba en sus garras de deseo. Nos internamos en la apasionante aventura del descubrimiento de nuestra geografía corporal. Pude ver en sus ojos como la pasión ganaba a la razón. Los besos se conjugaban con la perfecta sensación que nos proporcionaba el roce de nuestros cuerpos, ahora ya sin ningún miedo, sin ninguna pausa. Mis manos recorrían sus partes más íntimas, ella galopaba sobre mi. Su cuerpo unido al mío, un placer exacerbado llevado al límite. Mientras hacíamos el amor perdí la noción del tiempo.
Dos cuerpos desconocidos unidos en la soledad de la noche en un tren cuyo destino era la vuelta a la realidad.
1 comentarios:
simplemente, sin palabras me he quedado!!! impresionanteeeeee una pasadaaa
un abrazooooo
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